(Historia sobre el reconocimiento)
Capítulo 1: El valor de los objetos
1
Sus ojos, que miraban la imperfecta línea de mi boca mundana –posada sobre aquel ladrillo que servía de respaldo a nuestras cabezas-, desencajaron su ojear.
Una suerte de obligación de reacción ante los eventos desesperados, me instó a transitar de un estado de ensoñación sonora a otro de estupor, situación en la que la languidez es guardada como trofeo de salvación, máquina de coacción, materia de fuelle, maravilla y extrañeza.
Su pie, la herida de la angustia, su rodilla triturada,
Basalto,
Rostro de millones de espejos,
Incomprensible retahíla marcada por el tiempo de los otros,
Miedo y derrumbe,
Vasallo,
Inabordable y mortífero.
Entonces, él y yo en el detener del mundo; él y yo en un sin fin de lugares y maledicencias; él, que no quisiera ser considerado en dupla conmigo, ni en este escrito ni en ningún aspecto, salvo en el profundo, callado, demasiado secreto, y agudo sexo, se aferra a su dientes y gime sin alterarse demasiado. Él, que nunca fue santo, se concluye en la corriente efímera del espanto final, la corrida candente de un mundo que no será.
Capítulo 1: El valor de los objetos
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Sus ojos, que miraban la imperfecta línea de mi boca mundana –posada sobre aquel ladrillo que servía de respaldo a nuestras cabezas-, desencajaron su ojear.
Una suerte de obligación de reacción ante los eventos desesperados, me instó a transitar de un estado de ensoñación sonora a otro de estupor, situación en la que la languidez es guardada como trofeo de salvación, máquina de coacción, materia de fuelle, maravilla y extrañeza.
Su pie, la herida de la angustia, su rodilla triturada,
Basalto,
Rostro de millones de espejos,
Incomprensible retahíla marcada por el tiempo de los otros,
Miedo y derrumbe,
Vasallo,
Inabordable y mortífero.
Entonces, él y yo en el detener del mundo; él y yo en un sin fin de lugares y maledicencias; él, que no quisiera ser considerado en dupla conmigo, ni en este escrito ni en ningún aspecto, salvo en el profundo, callado, demasiado secreto, y agudo sexo, se aferra a su dientes y gime sin alterarse demasiado. Él, que nunca fue santo, se concluye en la corriente efímera del espanto final, la corrida candente de un mundo que no será.